(Roman Protasevich, en un mitin en Minsk, Bielorrusia, el 25 de marzo de 2012. AP)
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Es domingo 23 de mayo de 2021, y se respira calma en la capital de Grecia. El sol se eleva con poderío y da comienzo otro día fresco y apacible de finales de primavera. A las 7 y 28 minutos, el vuelo de Ryanair FR 4978 con destino Vilna (Lituania) está listo para salir de Atenas. A bordo lleva, sin saberlo todavía, una historia de secuestros de Estado que está por escribirse.
Entre los 127 pasajeros hay un hombre de 26 años llamado Roman Protasevich y su novia, rusa, de 23 años y llamada Sofía Sapega. Ambos son exiliados del régimen autoritario de Aleksandr Lukashenko y tienen una vida relativamente normal en Lituania, su país de acogida. Él, periodista y disidente político; ella, estudiante de la Universidad Europea de Humanidades de Vilna. Al día siguiente, muy a su pesar, no podrá ir a clase; estará en una celda junto a su novio, ese chico maldito por la fiebre justiciera y democrática que les llevará a los dos por la calle de la amargura.
En el vuelo, dos individuos del servicio de espionaje de Bielorrusia, la KGB, no quitan ojo a la pareja. Roman les ha visto tomar fotos a su pasaporte antes de entrar al vuelo y está preocupado, pero no entiende todavía la magnitud del riesgo que corre. “Alguien me está siguiendo, alguien me está vigilando” le escribe a través de Telegram a Franak Viacorka, periodista y amigo.
A las 9 y 30 minutos empiezan los problemas. Han cruzado casi todo el espacio aéreo bielorruso y están a punto de comenzar a descender para aterrizar en la capital de Lituania, cuando un controlador aéreo de Minsk, la capital de Bielorrusia, establece contacto con el comandante (piloto jefe) del vuelo. “Tenemos información de los servicios especiales”, dice el controlador, “y nos han comunicado que hay una posible amenaza de bomba en el avión que puede que se active al entrar en Lituania”.
No sabemos cuál fue la primera reacción del comandante ante esta información, pero es seguro que no causó una alarma inmediata. Resultaba muy extraño que fuese un país ajeno a la ruta el primero en informar sobre una posible bomba a bordo. Más que una emergencia, parecía una broma sin sentido. Además, estaban más cerca de Vilna que de Minsk. El comandante decidió contactar con el centro de operaciones de Ryanair en Vilna para averiguar qué hacer. Finalmente, deciden cambiar de dirección y aterrizar en Minsk. Un avión de combate enviado por el propio Lukashenko aparece en el aire y escolta al avión comercial hasta la ciudad.
El cambio de dirección en forma de U invertida necesario para cambiar de rumbo inclina el avión con una maniobra a la que pasajeros de este tipo de vuelos normales no está acostumbrada. La gente no sabe que pasa y se escuchan los murmullos inquietos de algunos pasajeros. Para tranquilizar a la tripulación, el comandante informa por el altavoz: “El avión está siendo dirigido a Minsk en un aterrizaje de emergencia”.
Ahora los pasajeros entienden menos que antes y se quedan quietos y confundidos. Todos, menos uno: Roman Protasevich. Según relatan varios pasajeros que fueron entrevistados en su llegada a Vilna, se pone nervioso y entra en pánico. Se levanta de su asiento y saca del compartimento superior su móvil y su ordenador, y se los da a su novia. Un hombre que se encuentra a su lado le pregunta: “¿Qué pasa?”. Roman le mira y contesta: “Todo esto es por mí; la pena de muerte me espera en Bielorrusia”. Pese a la dramática respuesta, no está lejos de la verdad. Roman está acusado no sólo por su participación en las protestas contra el régimen de Lukashenko, sino que además ha sido acusado de haber cometido actos terroristas. Si va a juicio y le declaran culpable, podrían condenarle a la pena de muerte, todavía vigente en el país.
Tras un momento de tensión, el periodista se calma e informa de su situación a sus compañeros periodistas. Trabajan con ellos en Nexta, un medio de información alternativo creado sobre la plataforma Telegram para informar a los bielorrusos de la realidad de su país desde el anonimato y el exilio. Roman es el editor jefe de esta publicación, que durante las revueltas de 2019 organizó a la población y se encargó de informar de los abusos policiales. Desde aquellos acontecimientos, el periodista y disidente estaba en el punto de mira de las autoridades. Después de informar a sus compañeros de la situación en la que se encontraba, retiran su acceso a la cuenta de Nexta para proteger los datos de los usuarios y el resto de trabajadores, para que la policía no pueda tener acceso a los mismos.
A las 10.15 el avión aterriza en un hangar apartado de Minsk. Obligan a la tripulación a esperar dentro durante más de media hora sin información de ningún tipo. Al abrir las puertas, la policía entra en el avión y se lleva a Roman y a Sofía. Con ellos salen también los dos policías encubiertos que habían viajado con él. Después salé el resto de la tripulación, que se encuentra con policías, militares y perros que están examinando todas sus maletas. Los suben a otro avión y parten de nuevo hacia Vilna. Al tocar tierra letona, el avión cuenta únicamente con 123 personas, cuatro menos de las que salieron de Atenas.
A su llegada les esperan varios periodistas. Los pasajeros relatan lo sucedido y se prende la mecha en los medios de comunicación. En el avión no se encontró ninguna bomba y las autoridades dijeron que se trataba de una falsa alarma, aunque pronto se empezó a perfilar la verdadera historia, el objetivo encubierto de toda la operación: detener a Protasevich, uno de los exiliados más peligrosos para el régimen autoritario de Aleksandr Lukashenko.
El rechazo de Europa ha sido inmediato y rotundo. Tanto Ursula von der Leyen como Josep Borrell han condenado el ataque y han pedido la inmediata liberación del detenido. Se han impuesto sanciones a las exportaciones y se han limitado al máximo los trayectos que sobrevuelan el país. Sin embargo, las sanciones no se escapan de la normalidad y no parece que vayan a ir más lejos, pese a la gravedad del ataque. Europa necesita la energía que llega de Rusia a través de oleoductos que pasan por Bielorrusia. Como siempre en esta supra nación de pandereta, mantener la estabilidad económica y de suministros a corto plazo es más importante que defender los principios que nos mantendrán unidos y fuertes a largo plazo.
Parece ser que un dictadorzuelo con un país de 10 millones de personas y una economía tan precaria y agrícola que no acusa el efecto de nuestras sanciones, puede tentar a la suerte, detener a un periodista que se refugia en un país de la unión y salir, como se suele decir, vivito y coleando.
Daniel Alonso Viña
Publicado el 7 de junio en LawyerPress