(Ilustración de Katherine Hardy)

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Estaba sentado a orillas del Sena una suave noche de agosto, cuando decidí introducirme en la conversación que estaban teniendo dos franceses fumando cigarrillos y bebiendo vino a mi lado. Uno de ellos resultó ser economista, como yo. Tras la carrera y ante la ausencia de un trabajo prometedor, decidió estudiar un máster de finanzas en Londres. Al terminar el máster, su plan era volverse a París y encontrar trabajo, algo que pensó sería más fácil ahora que estaba más preparado. Sin embargo, tras mucho buscar y sin encontrar nada, acabó volviendo a la empresa en la que había hecho las prácticas del máster, en Londres, y allí se encuentra desde entonces, aunque todos sus amigos y familia estén aquí.

Se habla de la migración a París de todos los asuntos europeos que antes se organizaban desde la comodidad de Londres, pero la realidad tiene muchos matices. París es una ciudad acogedora para el turista y el artista, pero no tanto para una familia inglesa que quiere instalarse sin demasiados sobresaltos en una ciudad europea.

El primer problema, sin duda, es el idioma, con el que París ya tiene la batalla perdida frente a otros lugares como Amsterdam o Frankfurt, donde el inglés se habla con toda normalidad y los niños salen del instituto con el título del C1 de Cambridge bajo el brazo. En Francia, como en España y todo el sur de Europa, las infinitas horas de inglés que damos en el colegio no nos sirven más que para chapurrear algunas palabras y hacer aspavientos con las manos esperando que el otro conecte telepáticamente con nosotros y sepa de lo que estamos hablando.

En París no tendrás problema para cerrar un acuerdo millonario en el idioma de las islas grandes en el barrio de la Defense, pero cuando quieras volver a casa a celebrarlo con tu familia con un poco de queso y vino, a la parisienne, la cajera del supermercado y el panadero de la tienda te mirarán con cara de desconfianza y tanto desprecio que se te quitarán las ganas de celebrar nada. Su orgullo francés les hace ponerse a la defensiva y pensar que si no hablas francés no mereces respeto ni consideración, pues su cultura y su nación son tan grandes a sus ojos, que el que no hable su idioma está de forma inmediata despreciando todo eso que ellos veneran.

Sin embargo, en Amsterdam o en Frankfurt o en cualquier parte de Bélgica, Alemania y Austria, su inseguridad con respecto a su propia grandeza no es tanta, y por eso aprenden el inglés con tanta facilidad y entienden y hablan sin insistir en su acento de extranjeros; y de no poder hablarlo, hacen lo que sea por entender y ayudar, aunque sólo sepan de salchichas y cerveza.

Así y todo, París, o más bien, las altas esferas de Francia reunidas en París, están haciendo un enorme esfuerzo por atraer hacia sí a los traders perdidos de Londres. Con el Brexit, el Reino Unido perdió el «pasaporte» que le permitía vender productos financieros en toda la Unión Europea. Por eso muchas empresas se encuentran en busca de un nuevo emplazamiento en Europa, y deben decidir entre Frankfurt, Amsterdam o París. Todos son candidatos aptos para el traslado, aunque cada uno tiene sus puntos a favor y en contra. De todas ellas, parece que Amsterdam se lleva la palma: de escasa población comparado con las grandes urbes de Europa, pero con una vida familiar de ensueño y servicios sociales y facilidades tras cada esquina. Además, no deja nada que desear a Londres o París en cuanto a su poderío financiero, tanto es así que el año pasado superó a estos dos en número de transacciones financieras realizadas a través de sus instituciones. En enero, el mercado holandés (con Amsterdam como centro neurálgico) negoció una media de 9.200 millones de euros en acciones al día, cuatro veces más que un año antes. En el mismo periodo, el mercado londinense negoció 8.600 millones de euros, la mitad que en 2020. Mientras tanto, el mercado parisino se mantiene en tercer lugar, con un volumen de 6.100 millones de euros.

Por eso París, con su sector financiero atrincherado en el barrio de la Defense, un bosque de altos edificios y rascacielos llenos de oficinas ubicado al oeste de la ciudad, está promocionando activamente sus ventajas para intentar atraer estos negocios.

Arnaud de Bresson, delegado general de París Europlace, el lobby del centro financiero de París, lleva la cuenta de estos movimientos. «París está tomando la delantera a los demás centros financieros de la Unión Europea, con la creación de 4.000 empleos directos», afirma. “Por lo tanto, podemos esperar una ganancia de unos 15.000 puestos de trabajo para el mercado parisino de aquí a 2022, teniendo en cuenta los empleos indirectos: abogados, auditores, informáticos e incluso restaurantes. »

Al mismo tiempo, otros consideran que todo esto no es más que «un pequeño terremoto» y «un cambio esencialmente simbólico». Eso dice Nicolas Véron, especialista en finanzas europeas. Terremoto porque, según él, nadie había previsto realmente el alcance y la velocidad del cambio. Simbólico porque el cambio no implica todavía ninguna deslocalización de puestos de trabajo, y sobretodo porque, en las últimas décadas, las bolsas han perdido importancia y los centros financieros albergan muchas otras actividades, por no hablar de la digitalización de los servicios y la posibilidad de tener acceso al mundo entero desde el terminal de casa.

El tipo que conocí era joven, tenía a sus antiguos amigos aquí pero ya se estaba empezando a acostumbrar a la vida en Londres, había hecho nuevas relaciones y no quería irse. Supongo que en realidad las cifras en términos de los beneficios fiscales y las facilidades legales no lo son todo. Al final las emociones se hacen con el control y toman todas las decisiones relevantes porque la razón, para esos temas tan importantes, no llega con sus pros y contras a abarcarlo todo ni aunque se esfuerce. Pero eso los burócratas de la administración no saben lo que es ni cómo curarlo, y al final todo quedará en un susto y cuatro familias de la empresa multinacional de finanzas especiales corporativas llamada no sé cómo que tendrán que moverse hasta allí para poder legalizar sus transacciones entre la Unión Europea y Londres, una ciudad que pese al país que lleva a cuestas sigue siendo unos de los centros financieros más importantes del mundo y siempre lo será, porque ahora todo está en la nube y la gente negocia activos de riesgo, programa aplicaciones globales y resuelve asuntos de Estado en inglés, alemán y francés desde su casita en las Islas Canarias sin ningún problema.

Daniel Alonso Viña
Publicado el 31 de mayo de 2021 en LawyerPress