Basta de hablar sobre la Ley Celaá y hablemos por un momento de educación.

He de admitir que lo que he escrito es un poco pretencioso, pero estaba desesperado y no he podido resistirme. Si me preguntáis por qué lo público, prefiero no conestar y quedarme en silencio.

Creo que no es un artículo para todo el mundo.

Me temo que este artículo no trata sobre la ley Celaá ni nada de eso. Empezó con ella, pero ha terminado siendo otra cosa. Este artículo trata de cómo convertirse en una mejor persona y dejar de quejarse tanto. Trata de cómo hacer para que nuestra educación y nuestro futuro no dependan de un estado incapaz de innovar a la velocidad suficiente para que los hijos de España no se conviertan en jóvenes inútiles y confundidos con un grado universitario bajo el brazo.

Como digo, no es un artículo para todo el mundo.

Creo que la mejor discusión que podemos tener no gira en torno a cómo cambiamos la educación pública, pues esta conversación está anticuada y no tiene lugar. Llevamos años, décadas enfrascados en esta discusión, si algo hemos aprendido de esta pelea, es que por mucho que te quejes, las cosas no van a cambiar. En vez de pensar en lo que la educación pública puede hacer para mejorar nuestra educación, deberíamos empezar a pensar en lo que podemos hacer nosotros para mejorar nuestra educación.

La educación pública sirve para lo que sirve, cómo diría mi abuela. Y punto, no la pidas más, porque no te lo dará. Es un organismo gigantesco lleno de gente vieja que no puede cambiar e innovar de un día para otro, que jamás podrá adaptarse a los cambios como nos gustaría. Esto es una realidad y pretender lo contrario es un delirio.

Por lo tanto, eso nos deja con un sólo terreno posible, el del desarrollo personal. Encontrar las formas, gracias a las herramientas que tenemos a mano, de mejorar por nosotros mismos nuestra educación.

Para embarcarse en la educación propia sólo hacen faltan dos cosas, un objetivo y un ordenador, y si queremos añadir un tercero, el ebook.

Tener un objetivo claro te va a permitir saber cuál es la educación que necesitas. Cada empleo soñado requiere de distintas técnicas y caminos educativos. Cuando tengamos determinado que queremos ser periodistas, inversores o programadores, debemos entender que la universidad en la que se promete enseñar estas materias no es suficiente, ni mucho menos. Estudiaremos durante cuatro años pero el resultado será decepcionante, a no ser que complementemos esa educación universitaria pública, y por tanto deficiente, con algo más, con un desarrollo propio y paralelo que nos permita descubrir las novedades y tendencias que están ocurriendo en el mercado de trabajo al que queremos acceder.

Esto nos pondrá por delante de todos nuestros compañeros y de mucha gente que ya está trabajando, aunque no lo creamos.

La siguiente herramienta es el ordenador y, más en concreto, google. Ahí vas a encontrar todo, pero esto también tiene truco. Los diamantes no están a la vista, por lo que uno debe ser constante y cavar hondo para encontrarlos. Esto implica suscribirse a revistas o periódicos del tema, conocer gente, seguir a personas que lideren en el tema. En fin, seguir el rastro de pistas que va dejando internet para la gente que lo quiere recorrer.

El ebook es importante porque te permite descargar de forma gratuita libros y libros sobre el campo en el que quieres trabajar y en el que aspiras a dominar. El ebook te permite ser sistemático y poco romántico con los libros. En vez de comprarte uno cada mes porque queda bien en la estantería, quieres descargarte muchos libros para poder escoger unos y descartar otros dependiendo de la cantidad de paja que tengan. Con el tiempo aprendes a leer a través de la palabrería hasta encontrar las partes importantes. Para todo se necesita paciencia en esta vida, y desarrollar esa habilidad es esencial para el resto de tu vida. Además, nadie tiene paciencia ni la actitud vital que proporciona la paciencia, así que en eso también te destacarás por encima de los demás. Yo sigo trabajando en eso.

Lo normal habría sido que yo hiciera un artículo quejándome de la educación pública y de la Ley Celaá, pero no puedo. Llevó demasiado tiempo quejándome sobre la educación que he recibido y muy poco pensando en cómo podría yo mejorar esa educación.

Deberíamos pasar mucho más tiempo pensando en cómo podemos mejorar nuestra educación y la de nuestros hijos. Estamos todo el día con el móvil, en la palma de nuestra mano tenemos una herramienta que tiene un poder sublime, que puede destruir o empoderar al ser humano, y estamos dejando que nos destruya. Entramos en twitter y vemos a gente quejarse y nosotros también nos quejamos. En vez de seguir a gente que haga cosas útiles en el mundo seguimos a unos cuantos alborotadores (o alborota-redes) mediáticos que nos entretienen con su retórica derrotista. Eso es todo lo que nos preocupa nuestra educación.

He intentado de veras hacer un artículo como los demás, en el que dijera que el escándalo mediático de la Ley Celaá es tan grande porque no es un debate sobre la educación sino sobre la nación. En vez de utilizar este momento para hablar de las clases de inglés en español que todos hemos recibido y en las que nadie ha aprendido una mierda de inglés, hablamos del régimen de autonomías y de las distintas lenguas del estado, cuando nadie sabe todavía inglés en este país.

En vez de hablar de la aceleración tecnológica de la pandemia y de cómo el mundo del trabajo está cambiando y los niños tienen que saber programación porque no van a poder escapar a sus telarañas; en vez de eso, hablamos de cómo es posible que la frase de dos líneas del apartado tal del artículo tal este proponiendo que en diez años es posible que quizás cabe la posibilidad remota de que se esté proponiendo cerrar los centros de educación especiales. Por favor, esto no es serio.

Me enervo yo solo.

Tranquilidad.

Lo peor es que esto durará una semana en la que parece que el estado comunista quiere convertirse en el padre de todos sus hijos, y luego a todo el mundo se le olvida. Cada partido político reclama sus victorias y luego pasamos a otro tema caliente que nos permita crear grandes debates televisivos en los que no se dice nada, pero en los que parece que se decide el destino del mundo. Y en el que los títeres representan con maestría hollywoodiense sus papeles y nosotros apagamos la tele angustiados, confundidos y atacados por una sensación de malestar indefinible.

Da pena.

Estamos perdiendo la oportunidad de hablar de la educación, de los verdaderos problemas de la educación. Pero es que no hay ni una sola voz que reme en la dirección correcta. Sobre mi mesa tengo El País en el que aparece Celaá, la ministra de educación, diciendo “La nueva ley cambia una filosofía elitista por la equidad”.

Pero qué me estás contando Pedro. Así no avanzamos, claro que no. Con estas ideologías y frasecitas de cajetilla de tabaco. Es ridículo, ridículo, lo mucho que la política se preocupa por sí misma, su egolatría es enfermiza y nosotros comemos su teatro callejero con patatas.

Por eso no puedo hablar de educación, porque me siento demasiado cansado, y la conversación nunca lleva a ninguna parte. Prefiero ser pragmático por un segundo y empezar a pensar de forma práctica. La educación no va a cambiar, no va a salvar a nuestros hijos de la ignorancia. Son los padres y los propios alumnos, que ya son mayorcitos para empezar a espabilar, los que tienen que saber escapar de su cárcel mental y mirar más allá.

Aprender inglés en internet, investigar las cosas que te gustaría hacer y comprobar cuáles son las mejores universidades y cómo puedes irte preparando para estar por delante y no depender del título universitario. Intentar que alguien te deje trabajar durante un tiempo allí para ver como es el trabajo, qué te gusta y qué no te gusta, para no darte un disgusto cuando empieces a trabajar con 22 o 23 o 25 años por primera vez en tu vida y te des cuenta, un mes más tarde, de que el trabajo de tus sueños es una mierda y lo odias.

Estas son las cosas de las que deberíamos estar hablando. Deberíamos dejar de prestar tanta atención a los políticos, porque se les han subido un poco los humos. Son peores que el Sálvame y todas esas mierdas. El congreso es tal gallinero de mamelucos que telecinco está preocupado porque le está quitando audiencia. Tenemos que parar esto. La espiral de indecencia y deshonestidad intelectual, de mentiras y medias verdades, de demagogia y sandeces a la que se dedica diariamente la política, no puede continuar. Tenemos que dejar de prestarles tanta atención, porque sus palabras son humo y sus acciones no hacen ningún daño real. Necesitan tranquilizarse un poco y volver a realidad, tenemos que hacerles bajar de su pedestal, y eso se hace dejando de prestarles tanta atención. Así, poco a poco se volverán útiles de nuevo, en vez de ser el incordio que están siendo para el futuro de España.

Supongo que la pandemia nos ha afectado, nos ha vuelto histéricos y ansiosos, y nuestros políticos, que nos son más que la mera caricatura de lo que quieren sus seguidores, se han subido al carro. En vez de liderar y abanderar la calma y la paz en momentos de tensión como estos, ellos se suman al desequilibrio general con gusto y casi con regocijo. No quiero seguir hablando, porque me siento mal pero a la vez me quedo muy a gusto cuando me pongo a hablar tan honestamente de la realidad.

No soy más experto que nadie en estas cosas y si hablo demasiado corro el riesgo de empezar a decir estupideces más grandes de las que ya he dicho.

Así que nada, un objetivo claro, un ordenador con google y un ebook, y que los demás se quejen todo lo que quieran mientras nosotros trabajamos por hacer algo útil en este mundo lleno de inútiles ilusionados sin nada que aportar.

Daniel Alonso Viña

3.12.2020