En el centro de la foto, un estudiante de París. A su izquierda, hombre que trabaja en la construcción a las afueras.

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Este organismo supone un punto de presión para toda Europa. Si ellos han conseguido atender las demandas de los franceses, centradas en la necesidad de un instrumento apolítico que represente con precisión sus preocupaciones, entonces el resto de países también podemos. ¿Y debemos? No puedo dejar de preguntarme cuál sería el resultado de algo parecido en España. Sería difícil en el contexto actual, ya que el apoyo popular para frenar el cambio climático, aunque numeroso, no está a la altura de la realidad francesa. El sentimiento de peligro inminente de los jóvenes franceses no se puede comparar con el de los españoles. Para ellos, la urgencia es tan real como un incendio que quema los bosques y mata la fauna que allí habita; por tanto, el ser humano debe tomarse esto en serio y actuar rápido. Con este espíritu de urgencia y decisión, el presidente Emmanuel Macron introdujo una serie de normas para reducir la expulsión de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Entre ellas, estaban previstos unos impuestos y restricciones que, para el desconcierto de muchos, hicieron saltar a la sociedad francesa por los aires.

Los “gilets jaunes” revelaron una parte silenciosa del pueblo francés, que se había mantenido en la neutralidad mientras los jovencitos ecológicos protestaban, seguramente pensando que, en cualquier caso, a ellos aquello no les afectaría. Cuando se dieron cuenta de que serían precisamente los más perjudicados por las nuevas normas del gobierno, salieron en masa a conquistar las calles de la capital. Las protestas reflejaron un cabreo que iba mucho más allá de eliminar unas simples medidas; supuso el reflejo de un hartazgo general de la sociedad francesa con una política que les había ignorado durante años, que se había olvidado de crear una Francia próspera para todos sus habitantes y no sólo para unos cuantos parisinos ecologistas. Ese, al menos, parecía ser el sentimiento que destilaban las multitudinarias y violentas protestas que se sucedieron durante meses. La mayoría de franceses corrientes no estaban dispuestos a dejarse gobernar por la clase media parisina, cuya única y más urgente tarea era el cambio climático mientras ellos se pudrían bajo un abanico de problemas que los políticos ni se imaginaban.

Esta reacción tan fuerte de la población supuso un antes y un después en el gobierno de Macron. En parte traumatizado por la vigorosidad de los protestantes, y en parte porque debía buscar una solución política para resolver los acuciantes problemas de la ciudadanía, el presidente se fue en un tour por toda Francia. Su objetivo era conocer a la gente de la calle, con trabajos corrientes y diversos que intentaba ganarse la vida y prosperar y dar a sus hijos un futuro mejor que el que ellos tuvieron. Así, iba de un polideportivo a otro organizando pequeños mítines, en los que se reunía con la gente del pueblo o la ciudad, y allí se juntaban personas con todo tipo de creencias y preferencias políticas. Él les hacía preguntas, hablaba con ellos y apuntaba todas sus peticiones.

Uno de los principales resultados de estas charlas fue la Convención Ciudadana por el Clima. Este organismo reúne a un grupo de 150 franceses cuya tarea es proponer las normas necesarias para, antes del año 2030, reducir un 40% las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Estas medidas deben acomodarse al principio de justicia social, que proclama que ningún grupo en particular debe salir especialmente perjudicado o beneficiado tras la aplicación de estas normas. Los franceses elegidos para formar dicha asamblea vienen de todas las partes del país, y fueron escogidos al azar, a través los números de teléfono franceses. Un fin de semana de cada mes, se reúnen para discutir las medidas propuestas, así como para discutir nuevas ideas que puedan ayudar a conseguir el objetivo de reducción de las emisiones.

Durante los primeros meses, el ejercicio fue mucho más educativo que de creación activa, es decir, que diversos profesionales de la ecología y el medio ambiente dieron clases y conferencias en las que explicaban a los participantes el funcionamiento de todo. Además, profesionales de otros campos como el jurídico y el legislativo les acompañan durante los fines de semana y les ayudan con las propuestas. Trabajan en grupos cerca del parlamento, y de estas reuniones surgen imágenes realmente conmovedoras. Por ejemplo, resulta esperanzador ver a un chico de 17 años del centro de París, y a un hombre de cincuenta que trabaja en el campo, discutir sobre cómo reducir las emisiones de gases de efecto invernadero sin que nadie salga perjudicado.

En el verano del pasado año 2020, se presentaron ante el parlamento con 149 medidas, que fueron revisadas por el presidente y que todavía están pendientes de aplicación. En los últimos meses, sin embargo, ha habido algunos conflictos. Al principio, el impulso de Macron fue claro y directo, todas las medidas que salieran de la convención serían aprobadas por el parlamento. Con el tiempo, sin embargo, el discurso se ha ido debilitando, hasta que la convención entregó sus medidas. Entonces, Macron se tomó la libertad de quitar unas y escoger sólo parte de otras, lo que causó cierto rechazo entre la población francesa, incluida la gente que había trabajado en la convención. Por otro lado, también es cierto que han sido aceptadas a trámite buena parte de las medidas, así que el balance sigue siendo positivo. En los próximos años tendremos la oportunidad de observar el desarrollo de las medidas propuestas, así como de la Convención y demás intentos democráticos. Esto, al menos parcialmente, ha sido un éxito, y ha conseguido demostrar que una democracia más participativa todavía es posible, incluso en los Estados fuertemente burocratizados y rígidos que proliferan en Europa.

En cuanto a España, no sabría qué decir. Un esfuerzo democrático de este calado parece complicado en este momento. Hay quien pueda pensar que es incluso innecesario, dado que nuestro modelo democrático permite a cuatro o cinco partidos disputarse el poder directamente en unas únicas elecciones. De esta forma, la población española no está limitada a dos únicos discursos entre los que debe escoger entre el malo y el menos malo. El resultado es una democracia inestable, pero con una imagen de representación parlamentaria más acorde con la sociedad española del momento. Por tanto, quizás no necesitamos más democracia, sino aprender a administrar con cabeza la que tenemos. Aunque no seré yo el que rechace el intento de crear una convención ciudadana por el clima por parte de cualquier partido. Creo que en la práctica está la perfección, y aunque el resultado no sea el mejor, intentarlo siempre es menester en estos tiempos convulsos.

Daniel Alonso Viña
Publicado en París a Juicio/LawyerPress el 22 febrero 2021