(Miembros chinos en las fuerzas de ayuda de la ONU)

.

.

.

En este análisis se examinarán los riesgos que surgen de la adquisición de herramientas y tecnologías llevada a cabo por parte de algunos gobiernos africanos**. La decisión de cómo utilizar estas tecnologías depende de los líderes al frente de estos países**. Utilizadas con responsabilidad, podrían servir para el establecimiento de un orden mínimo necesario para el desarrollo de las libertades de sus ciudadanos, así como para aumentar la seguridad en las ciudades y favorecer la economía y el desarrollo. Sin embargo, en manos de políticos irresponsables, serán utilizadas con gran efectividad para la represión política, así como el silenciamiento de opiniones disidentes con las personas y partidos políticos en el poder.

Desde hace unos años, China aumenta a pasos agigantados sus intervenciones en África. A nivel gubernamental, China se ha establecido como uno de los actores militares más importantes de África, colaborando ampliamente en misiones de la ONU y en iniciativas regionales. A nivel privado, las multinacionales pactan con los gobiernos de los países, para el desarrollo de infraestructuras esenciales que puedan impulsar el despegue económico que tanto necesita el continente. Así, los países colaboran con las empresas chinas para construir puertos, carreteras o líneas de ferrocarril.

En la realidad, las iniciativas privadas nunca llegan a ser del todo “privadas”, pues las leyes en China permiten al gobierno intervenir y ordenar a estas empresas, si así lo que creyera conveniente. Además, esta expansión africana ha sido en gran parte impulsada por el presidente Xi Jinping, a través de la iniciativa llamada Belt and Road Initiative (BRI) para el desarrollo de las infraestructuras y la tecnología en África. Esta es, primero de todo, una iniciativa gubernamental, ya que el impulso inicial fue proporcionado por empresas públicas o controladas por el gobierno. Más adelante, cuando el entorno se volvió más favorable, se promovió la entrada de las empresas privadas. De esta iniciativa depende la Digital Silk Road (DRS), cuyo objetivo es el desarrollo tecnológico de los países y sus ciudades más importantes. Este último programa es el foco principal en el que nos centraremos.

La DSR, en su forma original, conlleva la venta e instalación de una serie de infraestructuras y medios tecnológicos en los países africanos que así lo demanden. Esto se traduce en la importación al continente de diversos conceptos y objetos para la modernización y puesta a punto de las ciudades africanas. Por supuesto, la ciudad que se exporta es una a imagen y semejanza del modelo desarrollado en China. Estas son las infraestructuras y tecnologías que se analizarán aquí, junto con su poder oculto para destruir la democracia.

El primer concepto se llama smart cities, originario de occidente, pero desarrollado hasta mostrar su máximo esplendor en China. En teoría, ciudades inteligentes son aquellas que están conectadas a la red para recabar información útil que las autoridades administran y utilizan para dar un mejor servicio a sus ciudadanos. En África, eso se traduce en calles repletas de cámaras de vigilancia con reconocimiento facial impulsado por tecnologías de Inteligencia Artificial.

Muchas de estas tecnologías son proporcionadas por la empresa privada Huawei. En las oficinas centrales de la policía, los agentes aprenden de la mano de operarios de la empresa sobre el funcionamiento de estas tecnologías y su utilidad para perseguir a criminales y evitar disturbios. Sin embargo, como certifica el Wall Street Journal en un reportaje, a veces también sirven para que el gobierno persiga a oponentes políticos. Así ha sucedido en Uganda y Zambia, donde trabajadores de la empresa ayudaron al gobierno a espiar a sus oponentes políticos. Al parecer, un grupo de espías de la policía de Uganda pidió ayuda a los técnicos de Huawei para el desarrollo de un virus informático que les permitiese espiar a Bobi Wine, el oponente político del presidente. Este ejemplo muestra claramente el potencial de estas tecnologías para dañar los procesos democráticos si se dejan en manos de líderes que no respetan las instituciones y las normas que les han llevado al poder.

El segundo concepto es la Soberanía de Internet (Internet sovereignty). Cada vez más gobiernos africanos se adhieren a esta concepción de la red. Este término se refiere a la idea de que las naciones tienen el derecho y la obligación de controlar internet y tomar decisiones sobre el contenido que se muestra en él. Es decir, que los gobiernos tienen derecho a controlar el contenido que se distribuye y limitarlo a su gusto, para mantener el orden social y proteger a sus ciudadanos. En el terreno, esto se traduce en la extensión de la censura y en una creciente capacidad para coartar la libertad de expresión de los individuos. Está práctica prolifera en época de elecciones, con el objetivo de atajar la posible elección de candidatos opositores, o en épocas convulsas, para reprimir las protestas y anegar los canales informáticos que utilizan los manifestantes para comunicarse entre ellos.

Durante las protestas contra el gobierno en Etiopía, el ejecutivo declaró el estado de alarma, lo que le sirvió de coartada para utilizar las herramientas proporcionadas por las empresas chinas para prohibir de forma intermitente el acceso a las redes sociales más populares, como Facebook o Twitter. Esta misma situación se repite en lugares como Tanzania y Uganda. En este último país, el gobierno chino ofreció ayuda para controlar el “abuso de las redes sociales” que supuestamente padecía el país.

Por tanto, las herramientas para la represión moderna van a estar ahí, proporcionadas por China, que colabora de forma creciente con gobiernos antidemocráticos, que de otra manera no hubieran tenido acceso a estas tecnologías. No sólo están exportando la modernidad, sino que al mismo tiempo están exportando su modelo de futuro para el mundo, una copia de ellos mismos. Y esto nos lleva al tercer concepto, la política de no interferencia.

Esta política se basa en el respeto absoluto a la soberanía de otros países y de sus gobiernos, de forma que estos puedan actuar como crean necesario con su población. Este principio impulsado en las relaciones internacionales les está sirviendo de perfecta coartada para ayudar en lo posible a gobiernos antidemocráticos a controlar a su población, y limitar la capacidad de protesta de sus ciudadanos. Lo cierto es que no existen evidencias de que las empresas chinas que colaboran con los gobiernos africanos tengan conexión directa con el ejecutivo chino, o sigan de ninguna forma sus órdenes. Aun así, no cabe duda de que los resultados conseguidos gracias a sus políticas de no intervención están sirviendo a los intereses chinos en África, que cada vez miran más a China como modelo de gobierno ideal y como compañero comercial junto al que desarrollar las economías de sus países.

Pese a todo esto, el entorno es muy complejo y no se puede condenar la intervención de China en su totalidad por el resultado negativo que puedan obtenerse de algunas de sus implementaciones. Lo cierto es que el camino a seguir no está claro. No podemos dejar de mencionar el gran impacto que supone la inversión china para África. África es un conteniente que, recordemos, tiene actualmente un billón de habitantes y se espera que esa cifra suba a los 2,5 billones en las próximas décadas. La economía africana tal y como está ahora no será capaz de asumir esa fuerza de trabajo, por lo que necesitan infraestructura básica, tecnología y orden social si quieren crear un futuro próspero para toda su población. El problema es que ahora mismo ese desarrollo y esa inversión proviene únicamente de la esfera asiática, por lo que el modelo que inevitablemente tenderán a copiar es aquel del que reciben el mayor respeto y la mayor inversión. Esto nos lleva al cuarto y último concepto, que hace las veces de conclusión.

La cuarta idea es que China no sólo está proporcionando la tecnología, sino que además está enseñando el lenguaje y la inteligencia administrativa necesaria para llevar a cabo con éxito estos ataques a las frágiles democracias del continente. Ya se puede leer un texto sobre la nueva ley de comunicaciones electrónicas del gobierno de Tanzania, en el que se da derechos al estado para para prohibir “contenido que moleste” (content that causes annoyance), sea lo que sea lo que signifique eso. Es decir, que se está implantando con creciente fuerza la idea de que el modelo autoritario también sirve para alcanzar el desarrollo económico capitalista. Empiezan a surgir las voces que miran a China y ven en ella un modelo autoritario que ha conseguido sacar al país de la pobreza en la menor cantidad de tiempo. Europa y Estados Unidos dejan poco a poco de ser el ideal de gobierno, y China, aunque no haga activamente apología de su forma de gobernar, sin duda tampoco rechaza a los nuevos pupilos que llegan a su templo con ganas de aprender.

El rol de Europa en los años venideros no está claro. Somos incapaces de competir directamente con las empresas chinas en los contratos públicos para la construcción de infraestructuras, por lo que ese no parece ser el camino correcto. Debemos intentar equilibrar la balanza, asegurar que se desarrolle la otra parte de la ecuación para el crecimiento sostenido, es decir, la seguridad jurídica y una democracia libre. Europa debe jugar un papel de influencia educativa, de forma que estos países puedan crear juntos un continente estable y seguro en el que sus ciudadanos puedan desarrollarse de forma próspera y segura. Estados Unidos ha dejado a un lado, al menos por un tiempo, su rol ejemplificante y, por tendencia natural, este papel recae ahora en la Unión Europea. Debemos ayudar en la medida de lo posible, no sólo porque sea esta por sí misma una acción moralmente necesaria, sino porque está en nuestro propio interés asegurar la democracia y la estabilidad institucional en los países del resto del mundo. En el mundo interconectado del futuro, sería un error dejar que China asumiese sin pelear el rol principal de la tercera revolución industrial que se encuentra en ciernes en África.

Europa tiene que volver al terreno, involucrarse de todas las formas posibles, revisar las actuaciones y la forma de pensar que tenemos sobre África. Se ha de volver a representar una opción fiable y económica para el desarrollo de África, o se pagarán las consecuencias. El futuro está en el continente africano, y allí es donde Europa debe luchar por encontrar su sitio y su forma de ayudar.

.

Daniel Alonso Viña
Publicado el 17 de Marzo de 2021 en el Círculo de Análisis Euromediterráneo