(Fotografía de febrero del 2005 en el que aparece el expresidente francés y exalumno de la ENA, Valéry Giscard d’Estaing, ya fallecido, en un acto en la escuela /THOMAS WIRTH / AFP)

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La ENA (École Nationale d’Administration) ha sido clausurada por uno de sus mejores alumnos, Emmanuel Macron. El anuncio se produjo por sorpresa el jueves 8 de abril, ante la mirada atenta de muchos franceses que desde hace tiempo pedían su cierre. Este acto se encuadra dentro de una campaña de reforma de la imagen del presidente, con vistas a las elecciones de 2022, en las que de momento no las tiene todas consigo.

Durante las protestas protagonizadas por los gilets jaunes (chalecos amarillos), se generalizó el grito de “¡Hartos de la ENA!” y “¡Cierren la ENA!”. De alguna forma, esa institución se convirtió en todo aquello contra lo que luchaban los hastiados ciudadanos. La escuela surgió en 1945 con el objetivo de proveer a la administración de los ciudadanos más capaces, independientemente de la clase social a la que perteneciesen. Fue creada por el presidente Charles De Gaulle después de la guerra, con la intención de comenzar así la reconstrucción del Estado y también lleva la firma del secretario general del Partido Comunista Francés de la época, Maurice Thorez. En el presente, el organismo acoge a un 72,2% de alumnos cuyos padres son altos directivos, una cifra muy alejada del 6% que representan los hijos de obreros. Los actuales directores generales de compañías como Orange, Société Générale o Carrefour son graduados de la ENA, así como siete de los presidentes franceses que ha tenido el país desde 1958.

Sin embargo, pensar que el cierre de este símbolo del elitismo también supone —como pretende Macron— el fin del cabreo popular contra las élites, es una ilusión perecedera. Como bien observan los analistas, la ENA es un símbolo del hartazgo popular*,* pero sólo eso. Su desaparición no calmará los ánimos de la misma forma que no va a solucionar los acuciantes problemas de desigualdad, precariedad laboral y falta de movilidad social que sufren los franceses. “La nación se desmorona si no hay igualdad de oportunidades”, dijo el presidente en su anuncio el pasado 11 de febrero. Está claro que comprende el problema, ahora sólo le falta entender que la solución no está en la política como tal —que se ha hecho ya insuficiente—, sino en la promoción de políticas radicales que consigan revertir una tendencia que degrada la vida de la mayoría desde hace décadas.

Quizás ahora, tras la destrucción de la institución que auspició su auge político, encuentre la fuerza para pasar a lo verdaderamente importante y difícil, es decir, perjudicar a las mismas élites que le dieron la presidencia (aunque sólo sea en el corto plazo). Entonces, y sólo entonces, podrá escapar de lo meramente político y pasar a la historia como un presidente extraordinario. Y por supuesto, también de centro, como pretende que le consideren sus compatriotas de cara a unas elecciones en las que se prevé un arduo combate entre él y su archienemiga Le Pen.

Daniel Alonso Viña
Publicado el 10 de mayo de 2021 en París a Juicio/LawyerPress