Nunca me siento del todo listo para hablar de ciertos temas. Al final, he de obligarme. Me siento en la silla en frente de una hoja en blanco y me digo 'ya está, Dani, ahora toca escribir'. Y escribo, y a veces consigo decir lo que pienso y otras me paso el rato pensando en lo que quiero decir. La segunda me gusta menos, es menos divertida y lleva más tiempo y energía. El texto es menos fluido y la conexión entre las distintas ideas, frágil y tormentosa. Sea como sea, escribo.

Todas las editoriales elogian el trabajo de Merkel.

Es excesivo.

Ha sido una presidenta decisiva para Europa. Pero de ahí a ponerla en un pedestal va un trecho. No entiendo a la gente que recorre tan fácilmente ese camino.

Con lo que ha sido Merkel para España.

Se nos ha olvidado ya, dichosa memoria, el odio visceral que suscitaba su nombre tras la crisis de 2008, cuando se castigaba al sur de Europa como a niños rebeldes. La austeridad ahogó nuestras economías y me temo que nunca aprendimos la lección. Europa se inventó la regla del 60% (la deuda nacional no podía representar más del 60% del PIB), y con ella nos estrangularon hasta dejarnos sin aire.

Quizás soy yo el que no se entera de cómo han de hacerse las cosas, pero todo el mundo habla sin parar del gran legado de Angela Merkel. A lo mejor es que, como se va, hay que hablar bien de ella. Por respeto, digamos. Como forma de rendir homenaje a una presidenta determinante para la historia de Europa. Pero yo no me siento capaz de eso.

Su vida

Nacida y criada en la Alemania soviética, estudió física en la universidad y se doctoró en química cuántica. El muro de Berlín cayó cuando tenía 35 años y aquel momento fue decisivo para ella. Fue entonces cuando se enroló en política y empezó a participar activamente en el partido conservador de la época.

Lleva al frente del partido conservador, la CDU (Unión Democrática Cristiana, por sus siglas en alemán), desde el año 2000, y en el año 2005 ganó las elecciones con ese partido. Sin embargo, pese a la inicial dureza de su línea ideológica, está se ha ido suavizando y adaptando a los nuevos tiempos. Un ejemplo de esto es la legalización del matrimonio gay en 2011. Como perteneciente al partido conservador, ella había estado siempre en contra. Hasta que dejó de estarlo. A lo largo de los años ha llevado al partido conservador, cristiano y francamente anticuado, por un camino propio, más acorde con los tiempos y menos peleón en cuestiones cuya aceptación se hacía muy difícil en el pasado, pero que ahora todo el mundo, más o menos, acepta con normalidad. Sucedió algo parecido con la decisión de terminar con la energía nuclear y apostar por un futuro verde para Alemania. Al principio, la decisión de acoger a los refugiados también fue vista como rebelde y progresiva, acorde con la opinión pública. Aunque luego aquello saliera tan mal.

En fin, ha sido una gran presidenta para Alemania, pero no tanto para Europa, que hubiera requerido algo más de ella, un liderazgo firme y una visión clara.

La supuesta reconversión

Nunca fue fan de la Unión Europea, y por eso se habla tanto de su reconversión. Yo creo que no fue una reconversión, sino más bien una realización. Se dio cuenta de que el curso de Europa, mal que la pesase, estaba ligado al futuro de Alemania. Fue este descubrimiento y este cálculo puramente técnico el que la hizo mirar cada vez más a Europa, vigilante, pendiente de las decisiones que se tomaban y de cómo estas afectaban en casa. Cuando lo que se hacía en Bruselas no estaba en consonancia con sus principios, luchaba para imponer su punto de vista. Así, y no de otra forma, se ha construido su legado durante los años.

Por eso pongo en duda la opinión general. Creo que Europa ha perdido la oportunidad de construir un frente unido, cuyo fracaso recae en una presidenta alemana con la oportunidad de llevar a cabo esta misión. No era tan difícil, solo había que dejar los tecnicismos a un lado y contratar a buenos pensadores, que fueran capaces de ver que Europa necesitaba estar más unida, sentirse como un solo pueblo que lucha por un objetivo común y defiende con vigor unos valores morales y éticos de gran altura. Deberían haber virado en esta dirección, y no lo han hecho, y yo sigo esperando con ilusión constreñida a que alguien azuce un poco las cenizas de Europa y reavive el fuego, la llama que late en el fondo de todos nuestros corazones. Pero nadie llega al rescate. Esta gente solo sabe montar comisiones de investigación, comités técnicos, análisis rigurosos y consejos administrativos para gobernar una Europa que lo que necesita es vida, emoción, y futuro.

El futuro pasa por Macron

Por eso miro a Macron y pienso que, ahora que tiene la vía libre para erigirse como rey de Europa, quizás pueda hacer algo al respecto. Quizás tenga la oportunidad y el tiempo para renovar la fe de los europeos en la defensa de sus propios valores. El resto del mundo está en decadencia, y nosotros un poco también. Las democracias se desinflan en calidad y en importancia. Somos los últimos supervivientes de este mundo cada vez más autocrático. Por eso debemos juntar fuerzas para defender con autoridad la idea común de que la democracia es el único sistema que puede traer prosperidad y libertad a los pueblos del mundo.

No sé si he escrito esto pensando o escribiendo. Ya me entendéis. No sé. El caso es que hablo de esto siempre que puedo, pero nadie me hace caso. Quizás esta vez tenga más suerte. Sea como sea, yo lo seguiré intentando. Estos pensamientos me carcomen y escribiéndolos aprendo a tomarles el pulso, a lidiar con ellos cara a cara. Espero que no les importe, o quizás, quién sabe, hasta les guste.

Un saludo,

Daniel Alonso Viña.21.1.2021